
La mañana, de mediados de enero, se mostro sorprendente, fue toda una experiencia, una conexión con la naturaleza.
Comenzó la alborada, limpia y clara, de fondo anaranjado impoluto, con una estrella dorada, brillando impetuosamente en el horizonte, situada a un palmo por encima de las luces del Castillo de Oropesa. A medida que avanzaba el amanecer, la brillante estrella fue apagada, por la luz del día.
Gélida, con un manto de fina escarcha cubriéndolo todo, fue dejándose ver la naturaleza, tímida pero sin pausa.
En el Pozo del Rey, los madrugadores Cormoranes ya estaban posicionándose en los robles más altos y en las largas y curvadas ramas de los pinos, que se asoman con confianza, a las aguas del río. A la mínima ocasión, unos cuarenta Cormoranes se lanzaran a pescar en el charco natural, más profundo, amplio y probablemente con más pesca del Tiétar.
Me acerque a las vegas del este, para ver mejor las choperas del río y el posible dormidero principal de cormoranes que a esas horas ya estaba vacío. Este paisaje, es amplio, con la Sierra de Gredos y el Almanzor a la izquierda y los cerros del Palacio de Rosarito y Miramontes a la derecha. Mosaicos de bosquetes, vegas, arroyos y gargantas que vierten al río, el cual, en su tramo medio todavía tiene el lecho de rollos graníticos, pocas arenas, cortados fluviales, cárcavas de areniscas que forman chimeneas y montes islas que se asoman a sus orillas.
Del río para allá, los bandos de cientos de grullas llegaban desde el dormidero del Rosarito, con su algarabía y trompeteos, salpicando las vegas y dehesas, de verdaderos cantos a la vida. Bandos de miles de palomas torcaces se movían de un lugar para otro, con el eco de los tractores, en sus labores invernales. Todo ello con el roció en los pies, el ambiente tenuemente cargado con olor a jara, romero, tomillo, pinos, tierra de vega, labrándose bajo los chasquidos metálicos de los aperos. Sensaciones que rememoran, ecos de otros bonitos inviernos.

Tuve la suerte de toparme con un molino manual, que delataba la proximidad de un poblado y dólmenes neolíticos que ya había buscado en otras ocasiones, sin fortuna. Este hallazgo me hizo recordar al lucero del alba del reciente amanecer y pensar en las gentes de la comarca, cuando antaño en el neolítico y épocas posteriores, posicionaban todos los dólmenes y enterramientos, mirando al alba. También me acorde de las tumbas medievales judías de Valverde, que curiosamente también están en un alto y mirando al sol naciente, cosa que no ocurre con las cristianas. ¿Serán casualidades o tendrá alguna explicación?.
Posteriormente investigue hacia el oeste, situándome en un punto de observación elevado, en el Cerro las Heves, para poder ver la mayor parte posible del Tiétar y los movimientos de aves hacia el puente del Robledo. A mis pies la Riverrilla de Valverde, vegas de regadío antiguamente puestas de tabaco y pimiento y actualmente desacopladas y llenas de pastizales y charcas de riego en desuso, conformando un eco tonó ideal para Elanios azules, Mochuelos, Cárabos, Cigüeña blancas, Garzas reales, Garcetas grandes, Garcetas comunes etc, todo ello junto al Corredor Ecológico y de Biodiversidad de los Pinares del río Tiétar. Al otro lado del río, el pinar del Centenillo, en cuya dehesa de robles se levanto un bando de unas 1000 Palomas torcaces y en su vega, rastrojeaba un bando alborotador, de grullas. Varias Garcetas grandes salieron del río para echarse en una pequeña charca, las Cigüeñas se animaban en sus nidos de los altos pinos.
Lo más extraordinario fue una zorra subiendo cerro arriba, le perdí de vista y la busque con los prismáticos sin conseguir localizarla, cuando retiré los prismáticos de mis ojos, le tenía con la lengua fuera a mis pies, incrédula, viéndome inmóvil, en medio de su camino. La zorrita al darse cuenta de la situación, pego un respingo y corrió al cerro de la derecha, se paro, me volvió a mirar y se largo tranquilamente ladrando de celo. Seguí a lo mío, y al momento vi a un zorro rastreando a toda velocidad el paseo de la zorrita, enseguida tuve al zorro a mis pies y huyendo tras el rastro de la hembra. Así se repitió la situación 2 veces más, aunque no tan cerca, acabando los cuatro zorros en la espesura del cerro de la derecha, donde, la ladra del zorro en celo, continúo, intensa, desvergonzada y atrevida, para ser pleno día. El último fue un quinto zorro, ladrando abajo en la vega, pero en vez de subir hacia mí, recorrió a toda prisa un camino, siguiendo el rastro de alguna zorrita, dirección a unos grandes zarzales. Ni una sola foto saqué de esta bonita experiencia, pues la cámara estaba en el coche y en ningún momento pensé que se repetiría tantas veces la anécdota de los zorros tan cerca de mí.

Decidí ir río arriba, para probar suerte con las Cigüeñas negras invernantes, pues a primeros de diciembre vi dos adultos juntos y recientemente el 27 de diciembre vi otro volando por la misma zona. Tras mucho buscar, conseguí dar con una Cigüeña negra de segundo año (tenia tonos marrones) que pescaba junto a una Garceta grande, una Garza real, Una Cigüeña blanca y unos 3 Cormoranes que al verme salieron huyendo. Uno de los cormoranes, regurgito entero, un gran barbo de unos 40 cm, casi tan grande como él, para poder arrancar a volar.
Ante tanto revuelo, sin enterarse de nada, apareció de pronto a pocos metros, delante de mí, una gran Nutria, que se sumergía para luego salir a la superficie comiéndose los cangrejos que capturaba. Tan cerca estaba que podía oír crujir al crustáceo, en la boca de la nutria. Esta vez sí pude acercarme al coche para coger la cámara y hacer alguna foto.

El invierno desnuda la naturaleza, la despoja de hojas y coberturas, para engalanarla de transparencias, enseñando sus encantos, e íntimamente enamorarte más, cada vez más.
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