La referencia a la felicidad y al otoño, viene a propósito,  porque la otra tarde, recién llegado el otoño, he enfilado hacia un lugar en la Sierra, donde nunca había estado. He subido, con la ansiedad de un niño que va a recibir un regalo, esperando encontrar gratas sorpresas……

Aclaro que el campo, su naturaleza, a muchas personas, nos da la vida, nos da la felicidad y en este asunto La Vera es un filón.

Esta palabra genera más preguntas que respuestas, por supuesto que es debido a que en esta sociedad occidental todo el mundo busca la felicidad.

Los  numerosos estudiosos de cómo conseguir la felicidad, al fin y al cabo, convienen solamente  y en definitiva, en dos principios;

Uno sería el intelectual y el otro el monetario.

En lo referente al primer principio, algún autor conocido, expresa que; “Para ser feliz en este país, hay que hacerse el imbécil o realmente serlo”.

En cuanto al segundo principio, está la conocida frase de; “No es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita”. Sin duda, es muy realista decir que ahora mismo  la mayoría de la gente se tiene que conformar con lo que tienen porque no tienen más remedio y  entre los  ricos, seguramente los habrá que no estén conformes con lo que tienen y lo quieran todo, esto es imposible y por lo tanto perturbador para ellos. Es lo que se conoce como codicia, un pecado capital relacionado con muchos otros pecados. Los budistas consideran a la codicia como una errada conexión material con la felicidad.

Otros estudiosos afirman que la felicidad es la conjugación de tres factores; Éxito, placer y amor.

Distintas frases sobre la felicidad son estas otras, tan interesantes; “La felicidad es querer ser lo que uno es”, o  “La felicidad es tener la fuerza de hacer lo que te pide el corazón”.

En cualquier caso la felicidad debe de tener mucho que ver con la libertad, con la capacidad de decidir libremente. La felicidad incomparablemente depende de no tener miedo, con no tener incertidumbres. Es decir, que la falta de seguridad crea infelicidad y desasosiego.

Vengo observando últimamente, que la felicidad la pueden producir las cosas más simples y que también se contagia fácilmente, al igual que un bostezo, una sonrisa o el tarareo de una canción.

Han llegado de la mano el  otoño y las lluvias. Ha llegado la segunda primavera.

……Continuando con la subida a la Sierra, en una curva, un ciclista casi me traga, consiguiendo esquivarme, pero el que venía detrás ha chocado bruscamente con el  primero. Han caído los dos al suelo, pero ambos se han levantado, con una sonrisa de oreja a oreja. Se notaba que venían felices de la Sierra. Me han contagiado y  transmitido ese estado de ánimo. Como lo malo, lo bueno igualmente se pega.

He continuado una larga travesía, al lado de una hermosa garganta y cruzando un tupido bosque de robles y castaños, con manantiales de agua por doquier a pesar de la larga sequia de este año, algunas ciervas con sus crías se me han cruzado.

He llegado a una zona de antiguos chozos casi intactos, en una zona de enormes y viejos robles entre pequeñas praderas. No he tenido otro remedio que quedarme en ese lugar hechizado, asomarme a los abismos de la hermosa y profunda garganta que andaba buscando. Absorto por esos despeñaderos, cortados rocosos, y una vegetación excelsa que viste los recodos y recuéncanos por donde discurren las cristalinas aguas de un paraje que parece insondable.

El tiempo se me ha pasado muy deprisa, asomándome a los precipicios entre la espesa maleza de brezos, por las veredas de los jabalíes, viendo los grandiosos robles, disfrutando de la berrea, el vuelo fugaz del Águila real, los buitres entrando a dormir en sus cercanas buitreras y la noche me ha cogido entre un pequeño rebaños de hembras de Cabra montes.

Berreaba el ciervo, a los contrincantes que bramaban entre los pliegues y barrancos de la Sierra. Me lo he encontré de sopetón, tras un repecho, sin buscarle, pues andaba yo ensimismado fotografiando los últimos rayos anaranjados del sol, reflejados en una nube lejana. Era un macho grande y joven con una buena cuerna de 12 puntas, no muy gruesa, pero si  uniforme y equilibrada, casi perfecta. Se me ha quedado mirando cara a cara, desafiándome a pocos metros y por un instante creí seriamente que me atacaba. Me he quedado inmóvil he recordado los ataques mortales de venados y pensado en la opción de correr hacia algún lado, pero un repentino bufido de alarma de la matriarca, la cierva más vieja, la que manda, ha hecho huir hacia el monte al ciervo y la manada de hembras.