
Un deseo, un encuentro con los reyes de las cumbres, la reyes de Gredos.
Encaramos la subida a la cumbre, con ilusión, con una esperanza. Subimos por una senda mítica de la Sierra de Villanueva de la Vera, el Cordel del río a la Sierra.
Vamos trepando laderas empinadas, con pequeñas praderías tornándose verdes, con las lluvias pasadas. Aquí vemos gamas y ciervas pues es donde los machos dominantes tienen sus harenes. La berrea del ciervo y la ronca del gamo están ya más apaciguadas, pues en la Vera, tradicionalmente el celo fuerte de estos ungulados comienza sobre el 20 de septiembre y finaliza sobre el 15 de octubre, bajando de intensidad a medida avanzado el otoño. A medida que vamos ascendiendo, descubrimos gratamente que a más altitud, más potente están berreando los machos. Vemos dos machos de gamos pegándose entrechocando sus palas y por collados y veneros hay pequeños rebaños de ciervas con los venados resquebrajando el silencio azul de valles y vaguadas serranas.
Un Halcón peregrino surca el cielo para perderse detrás de una loma, levantando de su posadero a una pareja de Chovas piquirrojas. El cielo está tranquilo y sosegado con una calma fría, pues no se mueve la brisa y la temperatura está bajando. Solo se escucha a un cuervo posado en una roca, y a nuestro paso van saliendo algunas Currucas rabilargas, Zorzales y muchos Escribanos montesinos.
Sobre los 1900 metros de altitud, en un recodo del camino, nos topamos con un rebaño de machos de Cabra montés de Gredos, (Capra pirenaica victoriae) sorprendidos como nosotros, corren a donde los cortados graníticos se precipitan al abismo del nacimiento de la Hoz.

Escondiéndome entre piornos y canchos, consigo aproximarme lo suficiente para realizar unas fotos a los esquivos Monteses, más montaraces que los confiados de la Reserva de Gredos, acostumbrados al trasiego de excursionistas.



El celo de la Cabra montés comienza a primeros de noviembre, pero ahora mismo ya muestran síntomas, con choques de cuernas, miradas desafiantes y otras expresiones corporales.



Cae la tarde y con ella el frio que se cuela por los huesos, toca retirada. Mientras bajamos, el imán del hoyo de Regaderas nos llama y sin pensarlo corro a asomarme al despeñadero, las vistas son fabulosas, abajo en el nevero donde nace la garganta, la berrea esta pletórica de amor.

El sol, muy deprisa, se va escondiendo a nuestras espaldas, proyectando la montaña, a nuestra izquierda, una gran sombra sobre la cara suroeste de Gredos, una negrura rápida, ascendente, que va devorando sin indulgencia, la luz resplandeciente del faro Almanzor. Asesto con el telescopio, las buitreras iluminadas, donde los Buitres leonados están entrando a dormir con las cálidas luces. Entre ellos, con total nitidez a pesar de la lejanía, el Águila real participa del ritual, de beber con sus alas, las últimas partículas de luz. Sinuosa va rozando con sus alas la pared dorada del abismo como un,” hasta mañana”. Desplazándose sinuosa, acariciando con las alas y casi su pecho las olas de piornos, se posa en una roca perdida en medio de una gran ladera de piornos,(se ve en la foto anterior) que está a los pies del Cancho del Diablo. Tenemos que irnos y allí se queda …
Cae la noche y según bajamos, a nuestra derecha la puesta de sol es profunda y bella, los gamos y venados se cruzan ante nosotros, con la invisibilidad y anonimato crepusculares.

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